9/11/16

La intención del Espíritu Santo

    Cada personalidad tiene un pensamiento, una intención, y quienes hemos recibido el Espíritu en nuestros corazones debemos creer que él ha venido con un propósito.  Bajo el velo del pensamiento superficial y emocional en los caminos subconscientes de nuestra vida del alma, ciertamente el Espíritu de Dios está incubando luz en nuestras tinieblas, así como una vez se movió sobre el caos, produciendo orden en lugar de confusión. Cada uno es un universo, en cada naturaleza hay un abismo, en cada uno opera el Espíritu. Y esa es nuestra esperanza, porque si así no fuera, jamás llegaríamos a ser santos. 
Nuestra única esperanza es que el Espíritu de Dios está 
literalmente dentro de nosotros; y que está allí con una 
intención, con un pensamiento fijo, un propósito.

Cuando el Espíritu entra al corazón del hombre se encuentra restringido, comprimido. Llena los espacios estelares, y cuando es estrechado en un alma pequeña, se asfixia. ¡Desea tanto para nosotros! Está tan ansioso, tan apasionado, tan intenso, que sus gemidos por y sobre nosotros no pueden ser expresados con lenguas humanas, y Dios que está escudriñando los corazones, escucha los gemidos de su propio Espíritu, angustiado por nuestro letargo, nuestra tardanza en responder, nuestras recaídas; gemidos que si tan solo hubiéramos escuchado más, podrían haber sido evitados.  Dios lo sabe, y sabe cómo genera intercesión en nosotros y por nosotros de acuerdo con su voluntad.

¿Qué hemos de hacer? Primero, estar muy agradecidos porque el Espíritu Santo está en nosotros. Nunca dudemos de esta realidad, sino aferrémonos a ella como a un ancla. Segundo, debemos permitirle hacer su voluntad. No impidamos, no contristemos, no apaguemos al Espíritu. Entonces, a medida que se cincela el mármol, la imagen crecerá; y habrá un quinto Evangelio en nuestras vidas de la reproducción gradual de la imagen y naturaleza de nuestro Señor.

No tenemos esperanza por nosotros mismos. Tan inconstantes, tan inestables, tan cambiantes somos que no nos atrevemos a confiar en las promesas que hemos hecho o resoluciones que hemos tomado. Sin duda, fracasaremos al cabo de un rato. Hemos comprobado la fragilidad de nuestro heroico esfuerzo para sacarnos de las grandes crisis del alma; pero todo cambia tan pronto aprendemos que somos objeto del ansioso cuidado del Espíritu de Dios.

Cuando él pone su mano al arado, nunca se vuelve atrás. No hay cuadros inconclusos en su taller. Él ha hecho y él sustentará; él ha comenzado, él completará; ha creado deseos e ideales que él mismo gratificará. Somos los hijos de su amor, y nada bueno puede retacearnos.

Si nos resistimos, tanto peor para nosotros, tanto más agudo nuestro dolor, pero rendirnos a él es apurar el cumplimiento de su propósito eterno de traer muchos hijos a la gloria, y conformarlos a la imagen del Hijo.



El libro "La pura intención del alma" fue publicado por Desarrollo Cristiano Internacional


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