Cada
personalidad tiene un pensamiento, una intención, y quienes hemos recibido el
Espíritu en nuestros corazones debemos creer que él ha venido con un propósito. Bajo el velo del pensamiento superficial y emocional en los caminos
subconscientes de nuestra vida del alma, ciertamente el Espíritu de Dios está
incubando luz en nuestras tinieblas, así como una vez se movió sobre el caos,
produciendo orden en lugar de confusión. Cada uno es un universo, en cada
naturaleza hay un abismo, en cada uno opera el Espíritu. Y esa es nuestra
esperanza, porque si así no fuera, jamás llegaríamos a ser santos.
Nuestra única esperanza es que el Espíritu de Dios está
literalmente dentro de nosotros; y que está allí con una
intención, con un
pensamiento fijo, un propósito.
Cuando
el Espíritu entra al corazón del hombre se encuentra restringido, comprimido.
Llena los espacios estelares, y cuando es estrechado en un alma pequeña, se
asfixia. ¡Desea tanto para nosotros! Está tan
ansioso, tan apasionado, tan intenso, que sus gemidos por y sobre nosotros no
pueden ser expresados con lenguas humanas, y Dios que está escudriñando los
corazones, escucha los gemidos de su propio Espíritu, angustiado por nuestro
letargo, nuestra tardanza en responder, nuestras recaídas; gemidos que si tan
solo hubiéramos escuchado más, podrían haber sido evitados. Dios lo sabe, y sabe cómo genera intercesión
en nosotros y por nosotros de acuerdo con su voluntad.
¿Qué
hemos de hacer? Primero, estar muy agradecidos porque el Espíritu Santo está en
nosotros. Nunca dudemos de esta realidad, sino aferrémonos a ella como a un
ancla. Segundo, debemos permitirle hacer su voluntad. No impidamos, no
contristemos, no apaguemos al Espíritu. Entonces, a medida que
se cincela el mármol, la imagen crecerá; y habrá un quinto Evangelio en
nuestras vidas de la reproducción gradual de la imagen y naturaleza de nuestro
Señor.
No
tenemos esperanza por nosotros mismos. Tan inconstantes, tan inestables, tan
cambiantes somos que no nos atrevemos a confiar en las promesas que hemos hecho
o resoluciones que hemos tomado. Sin duda, fracasaremos al cabo de un rato.
Hemos comprobado la fragilidad de nuestro heroico esfuerzo para sacarnos de las
grandes crisis del alma; pero todo cambia tan pronto aprendemos que somos
objeto del ansioso cuidado del Espíritu de Dios.
Cuando él pone su mano al arado,
nunca se vuelve atrás. No hay cuadros inconclusos en su taller. Él ha hecho y
él sustentará; él ha comenzado, él completará; ha creado deseos e ideales que
él mismo gratificará. Somos los hijos de su amor, y nada bueno puede retacearnos.
Si nos resistimos, tanto peor para nosotros, tanto más agudo nuestro dolor,
pero rendirnos a él es apurar el cumplimiento de su propósito eterno de traer
muchos hijos a la gloria, y conformarlos a la imagen del Hijo.
El libro "La pura intención del alma" fue publicado por Desarrollo Cristiano Internacional
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